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RECORDANDO A ERCILIA PEPÍN

sábado, 30 de junio de 2012


 
Por Jesús Méndez Jiminián
 
´´ A tu casta memoria hoy consagro del recuerdo purísima flor, aunque corran veloces los años,  nos encierra en el alma angustiada de tu ausencia la herida fatal.´´  

De: María Antonieta Sagredo en sus Recuerdos sobre Ercilia Pepín. 
                      Puerto Plata, Noviembre  de 1947.


Esta columna reproduce en ocasión de cumplirse el pasado jueves 14 de junio el 73 Aniversario del fallecimiento de la insigne educador, patriota y civilista santiagués, Ercilia Pepín (1886-1939),  un trabajo publicado en  esa misma fecha, en 1940, en el periódico ´´La Nación´´ por la profesora Ana Josefa Jiménez  a la memoria de su fiel amiga, en el primer aniversario de su partida.

´´ELEGÍA   PÓSTUMA

A la memoria de la señorita Ercilia Pepín, en el  primer aniversario de su muerte

Cayó, sobre la clámide del tiempo, en la  desolada agonía de irreparable ausencia, la lúgubre y sombría campanada que marca, en la ruta de las horas,  el primer  aniversario de haberse rendido a la muerte, en una santa quietud de resignada entrega, la excelsa Maestra, la esclarecida civilista, la santiaguera insigne que partió hacia lo ígnoto, dejando tras su paso, una rutilante estela de orientadoras gestas, y una brillante ejecutoria de gran mujer y de idealista insuperable.

Un año ha que plegó en la nada aquel espíritu vibrante, que señaló tan amplios derroteros a los que  bebimos de él, hasta la saciedad,  todo el bagaje  de ensueños que se enredaban, como tupida urdimbre en torno a la magnificencia de su vida, vida de eterno holocausto sobre el ara sacrosanta de la Patria y de la  Escuela.
Un año que, entre un beatífico rumor de oraciones, en un emocionante silencio de pechos angustiosos, de corazones triturados, de manos que, implorantes, acariciaban, de miradas lánguidas, que en un ansia infinita de llenarse, para una eternidad, de la agonía de aquel cuadro, luctuoso e imponderable, se alzó a Dios, rompiendo el  manto azul del éter invisible, el alma  inmaculada de la que fue la Emperatriz del verso y del amor.

 ¿Un año?

Pero, si aún están tibios los blanquecinos pañales que sirvieron de  esquife a su partida.
Si aún está, presa sobre los almohadones donde descansaron, en su hora postrera, sus miembros en marcha, la huella amada de aquel cuerpo que supo, tanta veces, erguirse sobre el empinamiento de sus convicciones  profundas y firmes.
Si aún está intacto, en aquel cuarto que guarda, como joya prístina, su recuerdo venerado, el perfume de los lirios que dieron su ambrosía en la  quietud de aquella noche inolvidable, entre el  incesante chisporroteo de las antorchas, y el tibio  homenaje de rezos y de lágrimas que llenaban el ambiente enlutado y sombrío.
Si aún, cuando se irrumpe en la estancia que la albergó en aquella horas  amargas y postreras, parece que está allí, exánime, sus manos nacarinas dobladas, cual magnolias pensativas, sobre el pecho que fuera un día cobre sagrado de santidad… propiedad de su palabra, tierna y arrulladora hecha para alzarse como una canción, sobre la inquietud de las almas desoladas y sombrías.
Parécenos estar palpando, todavía, con el angustiado corazón puesto como peana a sus pies, con el alma apretujada de temores, aquel Vía-Crucis de dolores, de agonía, de sacrificios en que la sumió, un largo martirologio, la implacable impiedad del mar que minó su vida, que carcomió sus miembros, que convirtió su cuerpo en  un lacerado crisol de padeceres y de tormentos.



Un año. 

Que semeja un instante en la agónica  inquietud de la desesperanza.

Maestra, Madre, Amiga: 

En la orquestación magnífica del Universo. TÚ, eres ahora,  nota diluida, cristalina y límpida, que se desparrama como manojo de rosas, sobre los ámbitos celestes, en donde el Altísimo tiene su trono, circuido de arcángeles, nimbado de claridades.
Di, desde esas alturas, infranqueables, tu palabra de piedad, de  consuelo, de amor, a la desesperante soledad a que ha sumido, tu partida, nuestras almas.
Levanta tu ruego, ahora que, sobre la ruta de la verdad formas coro con los bienaventurados, y que revele él, vivificante, sobre nuestro espíritu, que en el caos de esta vida miserable, se extorsiona y desfallece.

ANA J. JIMÉNEZ YÉPEZ
Santiago, junio 14, 1940.´´

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