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MARTÍ EN EL SANTO CERRO DE LA VEGA

martes, 8 de octubre de 2013


Por Jesús Méndez Jiminián

“Hace lustros que voy sobre la ruta sagrada de tu vida. Ya siempre la he seguido; y, en las horas de martirio, mis labios han ungido la esponja de vinagre y el cáliz de cicuta”. ~ 
FEDERICO HENRÍQUEZ Y CARVAJAL EN “A DUARTE Y A MARTÍ”.  (Enero 26, 1928)


José Martí
Nadie más grande y más universal que José Martí (1853-1895), hasta hoy, ha visitado La Vega. El Héroe Nacional de Cuba lo hizo en dos memorables ocasiones (1892 y 1895), en sus tres visitas a la República Dominicana. Y en una de ellas, en la primera visita, la tarde del 15 de septiembre de 1892 estuvo en el Santo Cerro.

Muchas son las historias que se han tejido a lo largo de los años, de aquel maravilloso lugar enclavado en las alturas, en el Cibao, y en La Vega en particular. Por ejemplo, cuenta Fray Roque Cocchía, Delegado Apostólico de Santo Domingo, quien fuera encargado del Santuario del Santo Cerro en las últimas décadas del siglo XIX, que el Almirante Cristóbal Colón antes de realizar su primer viaje por el Cibao, en marzo de 1445, fue informado por Alonso de Ojeda de sus “riquezas y lozanía”. Y también, de la presencia de “un inmenso ejército de indios aglomerados en La Vega Real, para destruir las fortalezas y atacar la Isabela”, lugar donde se encontraba el Almirante genovés. La rebelión de los caciques era capitaneada por Manicaotex, hermano de Caonabo, que había sido hecho preso por Ojeda.

Imagen actual de la Virgen de las Mercedes.
La historia cuenta, además, que Cristóbal Colón con 200 hombres armados, el 24 de marzo de 1495 desde La Isabela se dirigió hasta el corazón del Cibao, y al llegar a donde hoy está el Santo Cerro, asombrado de tanta belleza alabó a Dios y dio por nombre Vega Real. Una vez llegado a aquel mágico sitio, según la costumbre, “hizo colocar una cruz”. Y, “poco tiempo había transcurrido, cuando el almirante se vio acometido por miles de indios, que con un furor selvático, cayeron sobre los escasos españoles, que solo por obra del milagro podrían salvar. Después de luchar heroicamente se vieron obligados los españoles a retirarse al cerro inmediato, mientras contemplaban al claror del incendio, la escena tumultuosa e irreverente de los indios con la Santa Cruz (…). Ante la consternación del Almirante y la indignación de los bravos españoles, se dejó oír la voz de Fray Juan Infante, religioso de la Orden de la Merced y confesor de Colón, que en arenga santa” dijo unas cuantas palabras. Historiadores y hombres de fe han apuntado sin reparo alguno y de manera poco creíble, que luego “apareció” milagrosamente la imagen de la Virgen Nuestra Señora de las Mercedes; suceso que falsamente argumentan también, ocurrió por segunda ocasión, tras las invasiones haitianas comandadas por Toussaint Louverture a nuestras tierras.  

La gran cruz tal como aparece actualmente.
Precisamente, el Padre Las Casas, dijo Martí, que “escribía como hablaba, con la letra fuerte y desigual, llena de chispazos de tinta, como caballo que lleva de jinete a quien quiere llegar pronto, y va levantando el polvo y sacando luces de piedra”.
Posteriormente a estos sucesos, el Padre Las Casas que “está vivo todavía porque fue bueno” y que vivió largos años en La Vega, la describiría  como “grande y bienaventurada”. Y agregaría, que era toda esta zona “Centro y parte más rica del cacicazgo de Maguá, que en el lenguaje de los indios significaba como ‘por excelencia reino de la Vega’…”.

De La Vega dice García Godoy: “Su origen histórico tiene íntima conexión con el gran Almirante. Como un nuevo temible jalón puesto en su marcha conquistadora, fundó Colón en dominios del Cacique Guarionex el fuerte de la Concepción, y alrededor de este como buscando su égida protectora, fueronse agrupando las viviendas hasta construir la renombrada ciudad que poco después destruyó de cuajo violenta convulsión seísmica”. (En “La Vega – La Vega de entonces”, en Rufinito).

 Santo Cerro de la Concepción de La Vega.
Han habido muchas historias también respecto al destino final de aquella gran cruz que han argumentado erróneamente que era de níspero, que en el centro del Cerro por órdenes del Almirante plantara su hermano Don Bartolomé. Por ejemplo, una de ellas apunta que “Fray Agustín Hernández, último comendador del Santo Zerro (sic) entonces, Cura interino de esta Parroquia se la llevó a la capital de Santo Domingo en el año 1805, en que se evacuó el pueblo temiendo el tránsito del exercito (sic) de Dessalines hacia la capital. Allí se puso en el depósito general de las alhajas – dice Cocchía – al mayordomo de la iglesia, que fue a Sto. Dgo. personalmente a recibirlas. El cura la colocó otra vez en su iglesia del Santo Zerro (sic), y allí subsiste. Más yo – agrega Cocchía – después que fue encargado de este Santuario por el Sr. Arzobispo dudé con fundamento de la identidad de la madera”. (p. 327, en “El Santo Cerro y la Cruz de La Vega”).  Respecto a la historia de esta Cruz han escrito también: Las Casas, Antonio Sánchez Valverde, Charlevoix, Antonio Del Monte y Tejada, José Gabriel García y otros.  

De seguro que, todas estas historias Martí las conocía muy bien antes de visitar el Santo Cerro.“Nadie – dice E. Rodríguez Demorizi –, posiblemente ningún dominicano, conoció con igual extensión y plenitud, como José Martí la magistral leyenda quisqueyana: conoció al autor (de Enriquillo, es decir, a Galván, n. de j.m.j.) y habló con él del libro; y conoció el vasto escenario de la acción de Enriquillo y de Las Casas: La Vega Real, Santo Domingo, Barahona, el Bahoruco”. (p. 33, en “Martí en Santo Domingo”).   

 Martí salió de Nueva York el jueves 31 de agosto de 1892 con destino a la República Dominicana, para visitar en Monte Cristi al general Máximo Gómez, donde llegó el 9 de septiembre de ese año, a caballo, procedente de Cabo Haitiano.

Después de varios días, procedente de Monte Cristi, Martí se dirige con Gómez a Santiago de los Caballeros a la que llamó la “ciudad vieja de 1507”. En Santiago, Martí se acerca a la sociedad de entonces de la que dijo es “sociedad de jóvenes”, y visita a algunos cubanos que allí residían. En el histórico club “Centro de Recreo”, Martí habló a los presentes “de los libros nuevos del país; del cuarto libre de leer (…); de los maestros ambulantes, de la belleza y fuerza de las obras locales; del libro en que se pudiera pintar las costumbres y juntar las leyendas de Santiago… y escuchó en el lugar este cantar:

El soldado que no bebe
Y no sabe enamorar
Qué se puede esperar de él
Si lo mandan avanzar”.

  Además de su amigo de infancia, Nicolás Ramírez, Martí visita en la Otra Banda de Santiago a Manuel Boitel, carpintero cubano y de mucha confianza suya, que intervino en la construcción de la Catedral de Santiago, y con su familia residía en aquel lugar. De Boitel, su familia y su hogar, en su Diario, anota Martí estas palabras: “En la casita enseña toda la mano laboriosa (…). En la mesa de la sala, entre los libros viejos, hay una biblia protestante, y un tratado de Apicultura (…). La madre nos trae merengue criollo. El padre está en el aserradero. El hijo mayor pasa, arreando el buey, que hala de las vigas. El jardín es de albahaca y guacamaya, y de algodón y varita de San José”.

Martí, en Santiago, habló de Onofre de Lora, a quien de seguro conoció, y que trabajaba en la construcción de la Catedral de Santiago, y que construyó también el Santuario del Santo Cerro o a la Virgen de las Mercedes (1880), y el puente de Nibaje (1882).

En Santiago de los Caballeros, además, en la “casa pompeyana” de Nicolás Ramírez y Pelaéz, boticario, redacta Martí en fecha 13 de septiembre de 1892, la famosa “Carta de Santiago”, “convenio de honor” entre él y Gómez, en la que le expresa al general, entre otras cosas: “Yo ofrezco a usted, sin temor de negativa, este nuevo trabajo, hoy que no tengo más remuneración que brindarle que el placer de su sacrificio y la ingratitud probable de los hombres”. 

Trabajos de remodelación de la iglesia del Santo Cerro, julio de 2013. Foto del autor.

La mañana del 15 de septiembre de 1892 se dirige Martí desde Santiago hacia La Vega, acompañado por un guía experto, amigo de Boitel, de apellido Ortiz. Martí, antes de llegar a La Vega donde visitó a don Federico García Godoy, sugiere ir al “místico Santuario” del Santo Cerro. Ortiz lleva el “escaso equipaje” de Martí que va con su sombrero de yarey que le obsequiara un amigo cubano de la Línea.

En la travesía por los polvorientos caminos del Cibao, desde su caballo, contempla Martí sus valles y colinas deslumbrantes, su gente… que con fulgurantes y hermosos detalles plasma en su Diario. Martí, por ejemplo, logra, al parecer, conocer a un tal Jacinto, del que anota que “Fue prohombre y general de fuego”, por lo que deducimos que peleó en algunas guerras patrias.

De este Jacinto que aparece en “Martí en el Cibao”, páginas de póstuma publicación, y que a sugerencia de Manuel Sanguilly Aristy, fueron publicadas después en el desaparecido periódico dominicano “Analectas”, cuyo editor era el destacado intelectual Enrique Apolinar Henríquez, en 1933, apunta jocosamente Martí: “dejó en una huida confiada a un compadre la mujer, y la mujer se dio al compadre: volvió él (es decir, Jacinto, n. de j.m.j.), y de un tiro de carabina, a la puerta de su propia casa, le cerró los ojos al amigo infiel”, o sea, a su compadre; y finalmente le dijo a “su mujer”: “Y a ti, adiós, no te mato porque eres mujer”, ¡se comprende claramente lo que ocurrió entre los compadres!

Desde el Santo Cerro, ya en el Santuario, Martí “pudo observar la portentosa belleza del panorama, así como meditar profundamente, ‘porque… es sitio de meditaciones y recogimiento’”, dice Rodríguez Demorizi. De seguro que en este lugar recordó Martí también al Almirante y sus soldados, a los aborígenes y al Padre Las Casas de quien también escribiría; “creía que él era culpable de toda la crueldad (de los españoles contra los indios, n. de j.m.j.), porque no la remediaba; sintió como que se iluminaba  y crecía, y como que eran sus hijos todos los indios americanos”.   

De los soldados españoles, verdugos de los indígenas, dijo Martí estas palabras: “Eran aquellos conquistadores soldados bárbaros, que no sabían los mandamientos de la ley, ¡y tomaban a los indios de esclavos, para enseñarles la doctrina cristiana, a latigazos y a mordidas!”.

Y agregó el Apóstol cubano:

“Colón fue el primero que mandó a España a los indios en esclavitud, para pagar con ellos las ropas y comidas que traían a América los barcos españoles. Y en América había habido repartimiento de indios, y cada cual de los que vino de conquista, tomó en servidumbre su parte de la indiada, y la puso a trabajar para él, a sacar el oro de que estaban llenas los montes y los ríos”.


Martí, recordaría en sus páginas esta memorable visita al Santo Cerro y a La Vega de la manera siguiente: “Con marcada predilección visité las regiones de La Vega Real donde dominó el infortunado Guarionex”. Abarcó el bardo cubano “con los maravillados ojos y con los claros ojos del espíritu el valle inmenso, encontraría en él un símbolo de la obra titánica que estaba acometiendo. Y toda ella le cabía, como un amor de mujer, en el corazón”, dice Rodríguez Demorizi.

De aquella histórica visita de Martí al Santo Cerro y a su santuario, hoy día completamente remozado, el 15 de septiembre de 1892, han transcurrido ya 121 años. De la época sólo quedan una, o quizás dos viviendas que fueron testigo mudo de la presencia de aquel gigante antillano en estas tierras. Hoy, pese a la hermosura de su arquitectura, estas viviendas lucen abandonadas, y al parecer las autoridades locales La Vega desconocen su importancia; y ni siquiera en aquel lugar hay nada que indique, o haga referencia a la visita de José Martí, por lo que proponemos se coloque al menos una placa o tarja que haga alusión a ello.  

Parte frontal de la iglesia ya remodelada. Foto del autor.


Por aquellos días en que Martí visitó el Santo Cerro, las autoridades españolas en nuestro país seguían muy de cerca sus pasos; sabían de su titánica labor revolucionaria. Con mucha razón escribió poco tiempo después don Federico García Godoy (1857-1924), tras su encuentro con él, el que a Martí, “Por sus ideas atrevidas y fustigadoras se le persigue y aprisiona en el alma misma de su juventud, prematuramente en recia lucha contra las instituciones coloniales”.

El pueblo noble de La Vega habrá de manifestar siempre respeto y admiración hacia la excelsa figura de José Martí y su heroica Patria. ¡Es hora ya de volver a encontrarnos con él y venerar su memoria para que las presentes y futuras generaciones de veganos y veganas no olviden jamás su grata presencia por estas tierras antillanas, en sus afanosas tareas por hacer libre su pueblo del yugo español!
¡Loor eterno a José Martí!
La Vega, Rep. Dom.
15 de septiembre de 2013.

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