Por Jesús
Méndez Jiminián
´´ A tu casta memoria
hoy consagro del recuerdo purísima flor, aunque corran veloces los años, nos encierra en el alma angustiada de tu
ausencia la herida fatal.´´
De: María Antonieta Sagredo
en sus Recuerdos sobre Ercilia Pepín.
Puerto Plata,
Noviembre de 1947.
Esta
columna reproduce en ocasión de cumplirse el pasado jueves 14 de junio el 73
Aniversario del fallecimiento de la insigne educador, patriota y civilista
santiagués, Ercilia Pepín (1886-1939), un trabajo publicado en esa misma fecha, en 1940, en el periódico
´´La Nación´´ por la profesora Ana Josefa Jiménez a la memoria de su fiel amiga, en el primer
aniversario de su partida.
´´ELEGÍA PÓSTUMA
A la memoria de la
señorita Ercilia Pepín, en el primer
aniversario de su muerte
Cayó,
sobre la clámide del tiempo, en la
desolada agonía de irreparable ausencia, la lúgubre y sombría campanada
que marca, en la ruta de las horas, el
primer aniversario de haberse rendido a
la muerte, en una santa quietud de resignada entrega, la excelsa Maestra, la
esclarecida civilista, la santiaguera insigne que partió hacia lo ígnoto,
dejando tras su paso, una rutilante estela de orientadoras gestas, y una
brillante ejecutoria de gran mujer y de idealista insuperable.
Un
año ha que plegó en la nada aquel espíritu vibrante, que señaló tan amplios
derroteros a los que bebimos de él,
hasta la saciedad, todo el bagaje de ensueños que se enredaban, como tupida
urdimbre en torno a la magnificencia de su vida, vida de eterno holocausto
sobre el ara sacrosanta de la Patria y de la
Escuela.
Un
año que, entre un beatífico rumor de oraciones, en un emocionante silencio de
pechos angustiosos, de corazones triturados, de manos que, implorantes,
acariciaban, de miradas lánguidas, que en un ansia infinita de llenarse, para
una eternidad, de la agonía de aquel cuadro, luctuoso e imponderable, se alzó a
Dios, rompiendo el manto azul del éter
invisible, el alma inmaculada de la que
fue la Emperatriz del verso y del amor.
¿Un año?
Pero,
si aún están tibios los blanquecinos pañales que sirvieron de esquife a su partida.
Si
aún está, presa sobre los almohadones donde descansaron, en su hora postrera,
sus miembros en marcha, la huella amada de aquel cuerpo que supo, tanta veces,
erguirse sobre el empinamiento de sus convicciones profundas y firmes.
Si
aún está intacto, en aquel cuarto que guarda, como joya prístina, su recuerdo
venerado, el perfume de los lirios que dieron su ambrosía en la quietud de aquella noche inolvidable, entre
el incesante chisporroteo de las
antorchas, y el tibio homenaje de rezos
y de lágrimas que llenaban el ambiente enlutado y sombrío.
Si
aún, cuando se irrumpe en la estancia que la albergó en aquella horas amargas y postreras, parece que está allí,
exánime, sus manos nacarinas dobladas, cual magnolias pensativas, sobre el
pecho que fuera un día cobre sagrado de santidad… propiedad de su palabra,
tierna y arrulladora hecha para alzarse como una canción, sobre la inquietud de
las almas desoladas y sombrías.
Parécenos
estar palpando, todavía, con el angustiado corazón puesto como peana a sus
pies, con el alma apretujada de temores, aquel Vía-Crucis de dolores, de
agonía, de sacrificios en que la sumió, un largo martirologio, la implacable
impiedad del mar que minó su vida, que carcomió sus miembros, que convirtió su
cuerpo en un lacerado crisol de padeceres
y de tormentos.
Un
año.
Que
semeja un instante en la agónica
inquietud de la desesperanza.
Maestra, Madre, Amiga:
En
la orquestación magnífica del Universo. TÚ, eres ahora, nota diluida, cristalina y límpida, que se
desparrama como manojo de rosas, sobre los ámbitos celestes, en donde el
Altísimo tiene su trono, circuido de arcángeles, nimbado de claridades.
Di,
desde esas alturas, infranqueables, tu palabra de piedad, de consuelo, de amor, a la desesperante soledad
a que ha sumido, tu partida, nuestras almas.
Levanta
tu ruego, ahora que, sobre la ruta de la verdad formas coro con los
bienaventurados, y que revele él, vivificante, sobre nuestro espíritu, que en
el caos de esta vida miserable, se extorsiona y desfallece.
ANA J. JIMÉNEZ YÉPEZ
Santiago,
junio 14, 1940.´´